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Reivindicar la paternidad

Acabamos de publicar el libro “La revolución del padre” en la Editorial Mensajero, un tema central para nuestras vidas. La paternidad está en el ojo del huracán social y cultural de nuestro tiempo. La igualdad y solidaridad de género, el desafío demográfico, la educación de los niños y jóvenes y el desarrollo de una cultura de paz, requiere de una revolución de la paternidad.

Por un lado, se extiende el cuidado paterno, entre los varones un modo de ejercer la paternidad que implica una mayor dedicación de los cuidados directos, más tiempo de convivencia y comunicación con nuestros hijos y una afectividad más expresiva y fluida con ellos. Por otro lado, ejercemos la paternidad y maternidad desde una relación más cooperativa, igualitaria y solidaría.

Ser padre fue una revolución para el origen del ser humano

En realidad, esta forma de paternidad nos hace ser más fieles al fenómeno original de la paternidad. La paternidad tuvo un papel crucial en el origen del hombre. El ser humano surgió de la formación de un entorno relacional cualitativamente más complejo, en el cual los familiares y vecinos jugaban un papel crucial para la supervivencia y formación de cada nueva criatura. Se constituyó alrededor del niño un hogar en el que el padre comenzó a cumplir un papel muy distinto al que caracterizaba a los mamíferos. El padre formó una unidad mucho más intensa con la madre y se implicó de forma permanente y cercana con la familia. La profundidad y complejidad de ese triángulo familiar suscitó un desarrollo cerebral que condujo a la aparición del Homo Sapiens Sapiens. La paternidad humana fue una revolución.

Biopaternidad

De hecho, desde entonces, los varones viven una transformación física cuando son padres; la naturaleza de su cuerpo de transforma y todavía nos sucede en la actualidad. Investigaciones pioneras a partir de 2007 en todo el mundo están descubriendo cómo el sistema endocrino de los padres experimenta cambios extraordinarios.

Se reduce la testosterona y aumenta la vasopresina, lo cual hace tener al varón mayor sentido del riesgo que pueden sufrir sus hijos y la madre y le induce a su protección. Aumenta la oxitocina y eso impulsa la empatía con el niño y la madre, la ternura, la dedicación al otro y la colaboración para la crianza conjunta. Se reduce el cortisol y también la presión sanguínea, lo cual nos hace más resistentes al estrés y el cansancio que supone la llegada de un nuevo hijo. Con la paternidad disminuye el estradiol y aumenta la prolactina. En resumen, el cuerpo del padre se transforma desde la concepción del hijo para que junto con su pareja se centren su relación en la acogida y cuidado del niño; aumenta la proximidad y todas las capacidades de comprender, amar y cuidar al niño y a la pareja; la protección y la función de custodia; mejora la resistencia al cansancio y el estrés e incrementa la alegría. Las investigaciones neurológicas están documentando que incluso el cerebro se transforma para hacernos buenos padres.

La paternalización del sistema endocrino no se activa por un impacto físico sobre el hombre sino por su participación en un hecho social que comienza por la concepción, continúa en la gestación, culmina en el nacimiento y la primera crianza, y se despliega en la relación con el hijo a lo largo de toda la vida. La activación no es biológica sino social y cultural. Y eso viene reforzado por un hecho como que no hay diferencias entre padres biológicos y adoptivos en los comportamientos endocrinos paternos.

Se ha demostrado experimentalmente que cuanto mayor es el historial del padre como cuidador de sus hijos, los cambios hormonales son más rápidos y pronunciados. Es decir, que hormonas y voluntad dialogan creativamente en cada individuo y en relación con sus vínculos y la tradición en que vive. El cerebro y el cuerpo del hombre se transforman para que sea un buen padre y lo hacen creando varias disposiciones biológicas. Existe una biopaternidad, que pone en diálogo la paternidad natural, social y cultural en un todo complejo e integrado.

El padre industrial

Algunas veces se dice que los padres del pasado eran personas distantes, ausentes y desafectadas respecto a sus hijos. También se les caracteriza por no estar implicados en los cuidados directos de los hijos y del hogar. Eso establecía una relación muy desigual con la madre en un hogar en el que el padre ejercía la dominación. Y eso se proyectaba a un dominio masculino del conjunto de la sociedad. Son las características de la paternidad patriarcalista.

En realidad cuando exploramos el pasado remoto, eso no es así. Antes de la Revolución Industrial –aproximadamente, antes de 1830-, muy diversas investigaciones científicas han documentado que los padres convivían mucho más tiempo con sus hijos ya que existía una unidad física entre el hogar y el lugar de trabajo. Los padres establecían relaciones sobre todo cooperativas con hijos con los que compartían trabajos durante toda su vida. Las relaciones entre padres y madres eran flexibles y las tareas se intercambiaban dependiendo de la época,  necesidades y caracteres. Se ha demostrado que los padres eran muy afectivos y en algunas épocas mucho más expresivos y emocionales que en la actualidad. También existen muchos ejemplos de intensa dedicación de los padres a la educación directa de sus hijos.

¿Y por qué entonces tenemos esa percepción de que en el pasado el padre era distante? Durante la industrialización en el segundo tercio del siglo XIX, el varón fue sacado masivamente del hogar y dedicado a las fábricas. La movilización multitudinaria de mano de obra masculina hizo que el padre fuera especializado casi exclusivamente en la producción. A cambio, la madre fue especializada en la reproducción. Un gran sector de mujeres obreras tenían que hacer ambos papeles. También había un gran sector de obreros que compartían con sus hijos la fábrica como aprendices.

Esa división provocó que la familia se convirtiera también en una máquina y que padres y madres formaran un sistema dual con una rígida división de papeles. Las lógicas solidarias, comunitarias y amorosas de la familia eran contraculturales y se buscó que no contagiaran a las lógicas capitalistas que estaban dando forma a toda la economía, sociedad y política. Al padre se le quería lo más lejos posible del hogar e incluso cuando estaba en casa, era un hombre invisible. A la vida pública no se llevaba la lógica solidaria de la paternidad sino que al varón en la vida pública se le vació de paternidad y se le llenó de poder para compensarlo. La figura paterna, además, se estandarizó, ocultando la exhaustiva diversidad de modos de ejercerla ya que cada pareja tiene su singularidad.

Sin embargo, la investigación científica ha puesto de manifiesto que eso no se hizo sin un enorme coste no solo para mujeres, hijos y familias, sino para el propio varón. Se está documentando la fuerte angustia y el malestar que sufrían los hombres al estar separados de aquellos hijos que constituían la fuente principal de sentido de su vida y para los que se pasaban trabajando duramente en las largas jornadas de las factorías.

El vaciamiento de la paternidad

La Postmodernidad impulsó una liberación de la paternidad. El feminismo rompió la ideología dual de género y renegoció la relación entre padres y madres, para superar aquella industrialización de la familia. En el libro “La revolución del padre” contamos cómo ocurrió ese proceso en la vida de John Lennon y de su padre y abuelos. En la evolución de los hombres de la familia Lennon, nos encontramos una evolución que nos lleva a la actual revolución de la paternidad.

Pero en ese camino, la paternidad y la propia masculinidad fueron sometidas a una deconstrucción radical. Ese proceso crítico permitió que nuestra cultura pensara qué adherencias y modelos históricos estaban impidiendo que los hombres desplegaran toda la potencialidad positiva que supone ser padre. Fue y es una reflexión fundamental. Pero la deconstrucción es un método, no un fin. La experiencia de ser padre es también algo positivo. Y en toda época –también durante la industrialización- millones de hombres ejercieron la paternidad con honestidad y entrega, incluso en los tiempos más duros de hambre, guerra y migraciones.

La rígida estandarización y dualización se buscó superar por el reconocimiento de la gran diversidad de las paternidades según el carácter de cada persona, la singularidad de cada relación entre padre y madre, y los muy diferentes contextos familiares y sociales. No obstante, desde el origen del hombre, la paternidad se ha constituido como una figura con características universales. La neoliberalización de la cultura durante las últimas décadas ha acentuado el relativismo y eso no va a favor de la diversidad sino que, por el contrario, hace insignificante cualquier diferencia.

El proceso de liberación y regeneración de la paternidad, no ha llevado siempre a un fortalecimiento positivo de la paternidad. En un gran sector, el utilitarismo y el relativismo ha llevado al vaciamiento de la paternidad, a su insignificancia y a que pierda cualquier atisbo de singularidad. Es como si varones y padres no tuvieran cuerpo ni carne y la paternidad pudiera ser cualquier cosa. La biopaternidad nos habla de que hay un modo genuino de paternidad caracterizado por la cercanía, la protección, la ternura, el cuidado.

La etapa actual que vivimos de Modernidad ha puesto aprueba todos los tipos de relación. La evolución del sistema laboral, el individualismo o el fuerte utilitarismo han producido una gran desvinculación. Muy especialmente ha causado una gran ola de desvinculación y deserción paterna. La expansión del utilitarismo individualista y el vaciamiento de la figura de padre, ha conducido a un abandono paterno masivo.

La revolución del padre

Por el contrario, hay un sector creciente de padres que nos hacemos conscientes de nuestro papel crucial en la vida de nuestros hijos. Cada experiencia de padre es única pero a la vez hay una condición paterna que nos une a todos. Nuestros cuerpos y cerebros se transforman siguiendo una pauta compartida por todos los padres del planeta.

Hay una singularidad paterna que nos lleva a comprometernos con la madre y los hijos. La revolución paterna que necesita nuestro mundo requiere el redescubrimiento de la paternidad positiva, como una experiencia singular que nos compromete con lo más fundamental de la condición humana, el amor. La revolución del padre es una revolución de la ternura. El libro “La revolución del padre” profundiza en el significado universal de la paternidad, examina todos los puntos que hemos expuesto y nos hace una propuesta profunda y entusiasmante para la paternidad, desde nuestra experiencia e investigación.

Fernando Vidal. Profesor de Sociología y Trabajo Social de la Universidad Pontificia Comillas -donde dirige el Instituto Universitario de la Familia-. Presidente de RAIS Fundación, patrono de Fundación FOESSA. Miembro de la Comunidad CVX, está casado y tiene dos hijos.

*Si te interesa, puedes conseguir el libro “La revolución del padre” en el mismo Centro Arrupe

Fuente: http://entreparentesis.org/reivindicar-la-paternidad/