¿Es malo practicar yoga?
Más de alguna vez me han preguntado si es bueno o malo practicar el yoga. Incluso si es del demonio. Reconozco que no sé gran cosa sobre esta tradicional disciplina física, mental y espiritual proveniente de la India. No la practico –ni me veo practicándola en el futuro-, pero sí me ha tocado estar en algún retiro ecuménico en donde mis vecinos hacían oración al estilo zen o yoga. Mientras yo hacía mis ejercicios de silencio al estilo de los Padres del Desierto, del Peregrino Ruso y me apoyaba en los métodos de los sacerdotes católicos Franz Jalics y de Pablo d’Ors, mis vecinos recitaban mantras. Por mi parte, ayudándome del ritmo de la respiración, pronunciaba internamente el nombre de Jesús o de María.
Vivimos en tiempos en que se está revalorizando la importancia de comer sano y hacer deporte. Creo que algunas de mis amistades practican yoga en esta línea. También, la vida cotidiana nos hace andar envueltos de un jaleo acelerado, entre tanto barullo es importante serenar la mente y desintoxicarla de preocupaciones, ansiedades y agobios. Dentro de los múltiples pendientes del día a día, algunos encuentran en el yoga el momento y el espacio para hacer este alto en el camino.
En lo personal, no veo malo que alguien practique yoga, como tampoco me parece malo que alguien practique el ballet. Lo malo es odiar o asustar a la gente. Lo malo es vivir con envidia, generar chismes, sentirse más que los demás, no ayudar al necesitado, por poner algunos ejemplos. Si acaso encuentro alguna preocupación sería en que, quien practique el yoga, se desentienda de los demás, no sea misericordioso, ni solidario, y se le infle el ego. Ojo, esta tentación también está latente en cualquier católico, musulmán o judío que, al atender sus respectivas prácticas religiosas, las viva desde un egocentrismo -o fanatismo- que lo lleven a no encontrar en el otro a un hermano.
Así como lo señala -y define- el diccionario de la Real Academia Española, el yoga es un conjunto de prácticas modernas derivadas del yoga hindú y dirigidas a obtener mayor eficacia en el dominio del cuerpo y la concentración anímica. En este sentido, es una buena herramienta para contrarrestar el estrés y una buena disciplina para la salud física.
Como mexicano soy muy proclive y afecto a degustar tacos al pastor y me encanta echarles salsa picosa y bañarlos con limón. Como mexicano me encanta la comida mexicana. Esto no hace que excluya otras comidas ni tampoco que no las sepa apreciar. Me encanta la comida española, soy todo un sibarita que se regodea catando pulpos a la gallega, paellas y permítaseme una confesión: a los huevos rotos me gusta ponerles salsa picante mexicana. Igual con el sushi japonés, mientras con los palillos me llevo un pedazo de rollo de arroz a la boca, hago una pausa y muerdo un chile jalapeño. Ni por comer comida española dejo de ser mexicano, ni por probar sushi me hago japonés. Algo así me sucede con la oración. Gozo escuchando los rezos en hebreo de la Torá. Me mueven al recogimiento interno las llamadas a la oración que el almuédano hace desde el minarete de su mezquita. Igual me pasa con el silencio de quien practica Zen o con aquellos vecinos de aquel retiro que meditaban en posición de yoga. Aprecio sus costumbres y me enriquece los hallazgos que encuentran en sus tradiciones. Esto no me aleja de mis creencias. Sé en quien tengo puesta mi confianza (2 Tm 1, 12).
Como sacerdote católico, como jesuita, me solidarizo desde el ecumenismo con quien desea transformarse en un mejor ser humano y se apoya en su fe para tal propósito. En lo personal, los acompaño en oración recitando el nombre de quien reconozco como Hijo de Dios y a quien pido mueva mi corazón para hacer Su santísima voluntad. Desde mi tradición religiosa católica, la oración en silencio me ayuda, en una actitud contemplativa, para saberme en la presencia de Dios. Desde la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, pido al Eterno Señor de todas las cosas, me ayude a poner el amor más en lo que hago, que en lo que digo; más en las obras, que en las palabras (incluyendo silencios y posturas al orar).
Ismael Bárcenas Orozco. Jesuita mexicano. Trabajó como profesor en Colegios y Universidades de la Compañía de Jesús en su país. Actualmente cursa el Master de Humanismo y Trascendencia en la Universidad Pontificia Comillas